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¿Qué creemos?

¿POR QUÉ ESTUDIAMOS LAS SAGRADAS ESCRITURAS?
Las Sagradas Escrituras constituyen la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadores. (2 Ti. 3:15; Ef. 2:20)
Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la creación y de la providencia manifiestan de tal
manera la bondad, sabiduría y poder de Dios que dejan a los hombres sin excusa (Ro. 2:19-21), no obstante, no son suficientes para dar el conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación (Ro. 2:12a, 14,15).
Por lo tanto, agradó al Señor poner por escrito esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy necesarias (Lc. 1:1-4) habiendo cesado ya las maneras anteriores por las cuales Dios revelaba su voluntad a su pueblo (He. 1:1,2a).
¿CÓMO ES DIOS?
El Señor nuestro Dios es un Dios único, vivo y verdadero (1 Co. 8:4,6); cuya subsistencia está en él mismo y es de él mismo, infinito en su ser y perfección; cuya esencia no puede ser comprendida por nadie sino por él mismo (Ex. 3:14); es espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, miembros o pasiones, el único que tiene inmortalidad y que habita en luz inaccesible (Jn. 4:24); es inmutable, inmenso, eterno,
inescrutable, todopoderoso, infinito en todos los sentidos, santísimo, sapientísimo, libérrimo, absoluto (Mal. 3:6); que hace todas las cosas según el consejo de su inmutable y justísima voluntad, para su propia gloria (Ef. 1:11).
Es amantísimo, benigno, misericordioso, longánimo, abundante en bondad y verdad, perdonando la iniquidad, la transgresión y el pecado (Ex. 34:6,7); galardonador de los que le buscan con diligencia, y sobre todo, justísimo y terrible en sus juicios, que odia todo pecado y que de ninguna manera dará por inocente al culpable (He. 11:6).
JESUCRISTO ES EL MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES
La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las criaturas racionales le deben obediencia como su Creador, éstas nunca podrían haber logrado la recompensa de la vida a no ser por alguna condescendencia voluntaria por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de pacto (Job 35:7,8); un pacto de gracia (Gn. 3:15), pues el hombre fue acarreado la maldición de la ley por su Caída. Este pacto se revela en el evangelio (Ro. 16:25-27).
En su propósito eterno, escogió y ordenó al Señor Jesús (1Pd. 1:19, 20), su Hijo unigénito, para que fuera el mediador entre Dios y el hombre, a quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo para que fuera su simiente y para que a su tiempo lo redimiera, llamara, justificara, santificara y glorificara (Ro. 8:30).
El Señor Jesús nació bajo la ley (Gá. 4:4), la cumplió perfectamente y sufrió el castigo que nos correspondía a nosotros, el cual deberíamos haber llevado y sufrido (Mt. 3:15; 5:17), siendo hecho pecado y maldición por nosotros (Lc. 22:44).
Fue crucificado y murió, y permaneció en el estado de los muertos, aunque sin ver corrupción (Fil. 2:8). Al tercer día resucitó de entre los muertos con el mismo cuerpo en que sufrió (Jn. 20:25,27), con el cual también ascendió al cielo (Hch. 1:9-11), y allí está sentado a la diestra de su Padre intercediendo (Ro. 8:34), y regresará para juzgar a los hombres y a los ángeles al final del mundo (Hch. 10:42; Ro 14:9,10 Hch. 1:11).
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